Algunas consideraciones sobre la iglesia parroquial de Cuevas del Almanzora
Capilla de las Ánimas durante las obras. Puede apreciarse la solería perdida. FOTO: José Guerrero. |
Enrique Fernández Bolea*/ 15·05·2017
En pocas ocasiones el alarmante deterioro de un edificio
nos transmite de manera tan evidente la negligencia, el descuido y la
indolencia de quienes deberían velar por su conservación. La iglesia parroquial
de Nuestra Señora de la Encarnación de Cuevas del Almanzora se erige por
desgracia en perfecto ejemplo de ese abandono que la intolerable desidia
transforma en una ruina cada día más palpable.
Nuestro templo, ligado al sentimiento religioso del culto
que dentro de sus muros se oficia, pero al mismo tiempo espacio simbólico de
emociones y sensibilidades compartidas por todos los cuevanos, reúne un
conjunto de valores que lo hicieron merecedor allá por 1983 de la catalogación
de Monumento Histórico Artístico Nacional y escasos años después obtuvo, esta
vez por decisión de la administración andaluza, la figura de protección de Bien
de Interés Cultural. Pues bien, ni el sentimiento comunitario ni el
reconocimiento de méritos artísticos e históricos han servido para evitar que
una galopante degradación se adueñe de este edificio emblemático y nos suma a
muchos en esa sensación a medio camino entre la impotencia y la vergüenza. Y es
que al margen de algunas intervenciones de emergencia que se afrontaron en 2001
y 2007 para reforzar su cimentación y consolidar la cubierta, imprescindibles
si se quería mantener en pie el edificio, poco más se ha hecho que lo rescate
de un destino por el momento aciago e incierto.
Bueno sí, a decir verdad –y así me alejo de la mentira
que otros orean con una cobardía execrable- sí se han ejecutado algunas
intervenciones que, lejos de contribuir a su conservación, atentan contra su
integridad y alteran aquellos valores que se pretenden y se deben preservar.
Referiré en concreto la barbaridad iniciada en los últimos meses de 2015,
cuando se decidió, de manera arbitraria, unilateral y negligente, sustituir en
la capilla de las Ánimas el suelo ajedrezado en mármol blanco y gris que cubre
toda la superficie de la naves central y laterales por uno nuevo, que desde ese
preciso instante mutila uno de los elementos más representativos de nuestra
iglesia. Aquel suelo, que los curas de la sociedad minera Esperanza y
Consortes costeasen en 1844 como una más de las muchas
mejoras de dignificación y ornato que introdujeron en la parroquial, muestra
ahora el mordisco irreparable de la torpeza, de la ignorancia, de la
insensibilidad. Porque ese destrozo no habría acontecido si se hubiese aplicado
el protocolo que en aquellos elementos protegidos por cualquier figura
patrimonial –en relación a nuestra iglesia ya hemos dicho que existe una doble
protección- se activa cuando se afronta una intervención, por modesta que se
considere ésta. Pero en el caso que nos ocupa no hubo ocasión, pues para que el
mencionado procedimiento se pusiese en marcha con el fin de velar por la
protección del monumento habría sido preciso que todo, desde el primer paso, se
hubiese llevado a cabo en el marco que establece la normativa, y puedo asegurar
que no fue así.
Para esos trabajos de sustitución del suelo no se
concedió por el Ayuntamiento licencia de obra menor como es preceptivo, lo que
se habría constituido en el detonante para que el referido protocolo se
iniciase, se realizasen los pertinentes informes técnicos sobre lo que se
pretendía hacer y, a buen seguro, se hubiese desestimado la intervención desde
la Delegación de Cultura por considerar las consecuencias de aquella una
agresión imperdonable contra nuestro patrimonio. Además de otras graves
irregularidades que no voy a mencionar aquí por no azuzar excesivamente las
ascuas ni alimentar aguas que ya bajan demasiado revueltas, el responsable del
desmán volvió a actuar con desprecio hacia nuestro patrimonio colectivo al
permitir que las piezas de solería sustituidas fuesen vendidas, evaporándose
para siempre la posibilidad de enmendar el entuerto mediante la reposición de
las losas originales arrancadas.
Es verdad que quien suscribe este artículo, alarmado por
los testimonios de algunas personas y comprobada la naturaleza del atropello
patrimonial, puso en conocimiento –luego insistiré en lo que significa esta
acción- del Ayuntamiento de la localidad y de la Delegación Territorial de
Cultura de Almería la aberración que se estaba cometiendo al margen de
cualquier control técnico, al margen del protocolo que ineludiblemente ha de aplicarse
en estos casos, pues ni existía licencia para actuar, ni proyecto de
intervención en un BIC, ni por supuesto la supervisión del personal técnico que
se requiere en estos casos. Es mentira, absolutamente mentira, que yo haya
denunciado a nadie por esta intervención ilegal, y quien ha aireado con
alevosía esta falsedad miente sin poder permitírselo, porque atenta contra uno
de los preceptos de la convivencia y de la bonhomía. Y sí, lo puse en
conocimiento de quienes deben ejercer la protección de nuestro patrimonio
porque era mi obligación como ciudadano, como un responsable más de la
integridad y mantenimiento de aquello que me han legado mis mayores y posee
profundo significado para la comunidad. Eché de menos entonces y me continúa
extrañando ahora que otras voces, relevantes y teóricamente comprometidas, no
se sumasen a este empeño por preservar lo que a todos nos pertenece.
Pues bien, nada más conocer los detalles de lo que en el
templo de la Encarnación sucedía, el Ayuntamiento mantuvo contactos con el
delegado de Cultura, a quien
algunos técnicos de esa misma administración regional habían informado de los
pormenores, y esto había sido posible porque el que suscribe y otra persona,
que prefiero mantener en el anonimato, pusimos en su conocimiento -que no es lo
mismo que denunciar, por más que alguno se empecine- los detalles del daño
patrimonial que se acababa de cometer y seguía perpetrándose. El responsable
provincial de esta área competente, tras verificar los hechos, trasladó el
asunto al Obispado de Almería, y fueron precisamente los responsables de esta
diócesis los que, en última instancia, ordenaron a su supeditado la
paralización inmediata de unas obras acometidas contra toda norma y criterio.
Y llegados a este punto, con el deplorable estado de
conservación de nuestra iglesia como acicate, me pregunto por qué no se ha
abordado aún la precisa restauración de uno de los templos más emblemáticos e
importantes de la provincia; por qué, si la prioridad a la hora de acometer
obras de rehabilitación en estos edificios religiosos la establece la propia
diócesis, el de Cuevas sigue esperando sine die una decisión que, de demorarse
en exceso, puede conllevar consecuencias indeseables; por qué, en cambio,
templos de menor entidad, de menor valía histórico-artística, e incluso no
afectados por protección alguna, se han visto beneficiados por la oportunidad
de una intervención que hasta ahora se le ha negado al de Cuevas. Nadie lo ha
explicado, y nadie -parece ser- pretende hacerlo, sumiéndonos en una constante
ceremonia de la confusión de la que sacan tajada unos pocos. Sería conveniente
que, de una vez por todas, alguien arrojase luz sobre el desconcierto, se
arbitrase un plan de actuación urgente que dirigiese sus miras al compromiso de
toda la comunidad, a una eficiente búsqueda de recursos que ampare esa
ineludible e improrrogable restauración, de lo contrario la ruina seguirá su
devastador proceso hasta que sea demasiado tarde.
Pero mientras tanto -ojalá que la espera no se prolongue-
no se puede justificar ni permitir actuaciones, por bienintencionadas que se nos antojen, que en apariencia
persigan mitigar el vergonzante deterioro del templo, sobre todo cuando esas
obras se ejecutan al margen del procedimiento estipulado. Porque cada vez que
acontezca, y espero que nunca más ocurra, al menos quien esto les cuenta lo
volverá a poner en conocimiento de quien corresponda, le pese a quien le pese.
Rasguémonos las vestiduras y exijamos para nuestra parroquial el esplendor que
se le niega; lo demás me es indiferente.
*Enrique Fernández Bolea es Cronista Oficial de la ciudad
de Cuevas del Almanzora
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