Ana García Briones ha dispuesto en Anida en mi ser (Corona del sur, 2016) versos que se mueven y vuelan como seres vivos que anidan en su músculo cordial y fluyen flotando sobre cubiertas de sal y de esperanza
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Ana García Briones |
Javier Irigaray / 20·10·2016
Ana García Briones ha dispuesto en Anida en mi ser (Corona del sur, 2016) versos que se mueven y vuelan como seres vivos que anidan en su músculo cordial y fluyen flotando sobre cubiertas de sal y de esperanza. Me he sumergido en ellos como el clavadista que se arroja, tras elegir el momento exacto en que las olas elevan el océano, para volar durante unos segundos libre y, después, zambullirse a salvo entre la espuma de poemas amables, con la piel acariciada por palabras que son burbujas de aire limpio y nadar bajo el agua en una poesía libre de artificios.
La poeta abre su corazón y utiliza la palabra cotidiana para forzar las puertas del alma. Sus poemas son relámpagos que estremecen las entrañas de quien los recibe y completa al otro lado. Tienen el tamaño exacto de la provocación y el volumen contenido y fluido de licores espirituosos.
Comienza el libro con una confesión a bocajarro. La poética de Ana García Briones no es sino “el idioma / del corazón” en busca de la luz abriendo “puertas / y rendijas / en los muros”. Una imagen que se repite: “Te regalaría / una puerta hacia las nubes”.
Usa el verbo dulce y flexible, pero firme, de quien nada en un mar de dudas, “soy soledad espesa / con alma libre / invitada al vacío / de mis dudas”, pero con la proa apuntando a la playa más humana: “Búscame dentro”, “a bordo de un verso”.
Ternura y desazón. Amor y desasosiego. Esperanza y temor. Llanto y fe. Sentimientos encontrados y, sin embargo, encontrados en estas páginas: “Los cuerpos se visten / de otoño / con cabellos plateados / y sombreros / para disimular / las tristezas”.
Confiesa el dolor de la ausencia: “Intento decirte / que no guardé / la última dosis / de cariño / que tenías preparada”.
El amor que nos mueve y nos salva: “Y es el amor / lo que llena las alforjas”, “cuando oigas / las campanas tristes / de mi partida, / y el frío de mi ausencia / te cubra de soledad, / no llores, / porque mi amor / permanecerá siempre / en tus recuerdos”.
Y el sueño de la libertad, “parecido a un prado verde, / donde besamos la vida”, como destino y anhelo comprometido, “un niño yace / en una playa turca, / el mar aún balancea / la tristeza, / la desolación, / el llanto”.
Ana escribe desde el sufrimiento, desde la herida que nunca cauteriza de una autora que mira el mundo con ojos verdes de esperanza, “sueño que los fusiles / se convierten / en balas de flores”, pero que nunca se rinde.
Concluye el libro con una confesión: “La poesía me llama a perderme / por calles estrechas / en un eterno soplo de vida / invisible a los ojos”. Es la actitud de quien afronta la vida con la naturalidad de quien vive con las puertas abiertas del corazón y del alma. “Y volar… / volar como los pájaros”.
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