Julio Alfredo Egea cumple hoy nueve décadas de "asombro cotidiano de ir descubriendo la vida, los seres, las cosas”. Son 90 años asombrándonos con su forma tan cercana de convertir en emoción lo cotidiano
Julio Alfredo Egea, con gorra azul, durante el homenaje que se le rindió en Antas hace cuatro años, en la puerta de la casa en que viviera el poeta antense Antonio Jesús Soler Cano. |
Javier Irigaray / 04·08·2016
Era
noviembre, hace cuatro años, y fue en Antas, ese rincón del
universo en donde todo puede ocurrir. El poeta calzaba ya 86 años y
la ilusión del niño cuyos planes seguían siendo, como él
confiesa, “disponer
de tiempo para escribir, leer y viajar”.
“La
poesía -dice- da muchos bienes espirituales, muchos amigos, mucho
conocimiento del mundo”. Y sorpresas, como la que aquella soleada
mañana de un día 24 iluminó el rostro travieso y amable de Julio.
Habíamos
organizado un encuentro de amigos para reír juntos, comer, beber
algún vino besucón, cantar canciones y decirnos versos con el poeta
de Chirivel como pretexto inmejorable para la reunión.
Desde
la Plaza de la Iglesia es visible la meseta de El Argar, el lugar en
que, aún no sabemos si para bien o para mal, comenzó la
civilización a este lado del Mediterráneo. Yo andaba explicando a
parte de la concurrencia algo sobre aquel paisaje de bronce,
invitándoles a mirar por encima de la tapia que existe junto al bar,
cuando, atravesando la plaza corriendo, apresurado en el trote y
visiblemente emocionado, Julio Alfredo llegó hasta mí gritando
alborozado “¡Javier, Javier, que el cocinero me ha recitado un
poema de Juana de Ibarbourou!”
El
cocinero era mi amigo Enrique, uruguayo, al igual que Juana, que
cambió el mezclar principios activos en una farmacia de Montevideo
por la alquimia de las cocinas en esta parte del mundo.
Julio
e Ibarbourou fuero grandes amigos. Ella fue quien le explicó que el
nombre de su pueblo, Chirivel, debió ser el de algún “pájaro
exótico, soñado e inexistente”,
y el cocinero uruguayo de un bar andaluz, forofo de un equipo de
fútbol de su ciudad con nombre de puerto inglés y ávido lector de
poesía, entre otros versos, le dijo al poeta de los Vélez que muchos creen
granadino aquello de
“¡Ay,
quisiera llevarte conmigo
a dormir una noche en el campo
y en tus brazos pasar hasta el día
bajo el techo alocado de un árbol!”.
a dormir una noche en el campo
y en tus brazos pasar hasta el día
bajo el techo alocado de un árbol!”.
Julio Alfredo entre el Premio Nacional de Poesía Antonio Carvajal y Javier Irigaray |
Julio
Alfredo Egea cumple hoy 90 años y la certeza de ver realizado uno de
sus sueños: “yo siempre quise vivir de la pluma y lo he hecho,
aunque, por si las cosas se complicaban, urdí un plan 'B' y monté
una granja de pollos. Así, de una manera o de otra, me aseguré
vivir de la pluma”.
Es
el humor de este poeta de la tierra, traductor de “el
asombro cotidiano de ir descubriendo la vida, los seres, las cosas”.
Generosidad
es, quizás, uno de los rasgos que más destacan en su bonhomía. El
poeta acoge con alegría y desprendimiento a todo aquél que se le
acerca, del mismo modo que lo hace la encina milenaria que albergan
los montes de su pueblo. Su abnegado carácter altruista ha
contribuido, en buena medida, a que Granada sea la ciudad que cuente
entre sus aborígenes con mayor número de premios nacionales de
poesía, circunstancia propiciada por su incansable trabajo y
propuesta de candidatos desde su sillón de la Academia de Buenas
Letras. Aún no es tarde para que las instituciones reconozcan el
mérito de este enamorado del lenguaje de las cosas sencillas y
cotidianas, del amor por la tierra y por los desheredados que la
habitan.
Yo,
por mi parte, acudí a la llamada del fotógrafo Rodrigo Valero y le
ofrecí el poema que os muestro como homenaje a uno de los corazones
más grandes que he conocido.
Poeta que concuerda con Cuerda.
A
Julio Alfredo Egea.
Amanece
y
no es poco.
Como en crónica
película de Cuerda,
asombrado
por sabina milenaria,
el
poeta surge y nace de la tierra,
asolada,
patria dura
de
estrofas y de versos abonada,
labrada
por diéresis, por sinéresis,
a
líquidas metáforas regada.
*****************************
He llegado hasta el
número cuatro.
A ver,
aroma y latido
preparados,
traigo
el corazón necesario.
Me
sentaré, pues, junto a la ventana
y
veremos,
por
la calle de tierra estremecida,
pasar
a los hombres cantando,
a
mujeres retorcidas de dar vida
y
a niñas
llenando
de trenzas la tarde.
No hay comentarios :
Publicar un comentario