A lo largo de su vida supo rescatar del olvido la arqueología mojaquera dejando constancia de un legado a través de lo que fuera razón de su existencia
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Carlos Cervantes, con barba, junto a Mariano Sánchez entre los arqueólogos Domingo Ortiz y Lorenzo Cara |
Domingo Ortiz* / 06·04·2015
Hasta que apareció en escena el investigador
Carlos Cervantes, la arqueología en Mojácar y en el Levante no era más que un recuerdo
desde los tiempos de Siret, siempre apoyándome en mis tareas profesionales. Fue
Carlos quien, aún convaleciente de su larga enfermedad, me visitaba en el Museo
de Vera para acompañarme a conocer nuevos lugares descubiertos por él mismo. Lo
llegó a hacer recientemente.
Con él se reactivó el interés por los
paralizados estudios arqueológicos en su querida tierra mojaquera organizando
actividades, conferencias, encuentros de investigadores y prospecciones
arqueológicas oficiales, como la que realizamos en el tramo de las obras de
autovía de Los Gallardos a la Venta del Pobre, con miles y miles de horas de
sol y luna invertidas en la observación e interpretación arqueológica.
Sería necesaria la presencia de Carlos para
que de forma altruista tuvieran presencia de nuevo los estudios arqueológicos
en la zona, invitando a venir a investigadores de la talla de Fernández Miranda
(también fallecido tempranamente), entre otros. Carlos no pudo ir en su tiempo
a la universidad para estudiar arqueología, pero trajo la universidad a su
‘casa’; los que le visitaron retomaron la investigación arqueológica que dejó
inconclusa Siret. El primer paso que se dio fue poner orden en los trabajos
aislados que habían desarrollado estudiosos anteriores. Carlos fue verdadero
precursor de la arqueología mojaquera que en su tiempo libre de amateur saca a
la luz nuevos descubrimientos de las diferentes culturas y las piezas
arqueológicas que refrendan la prehistoria en esta comarca. La sabiduría y el
conocimiento aplicado en sus observaciones investigadoras abrían un apasionante
camino a seguir para los futuros investigadores. A veces, incluso llegando a un
replanteo del conocimiento de nuestro pasado.
Mucho le debe la arqueología al estudioso Carlos.
Sus descubrimientos e interés por la preservación del patrimonio, modesto, infatigable
en su quehacer, le hacen merecedor de un espacio muy destacado en el estudio de
la historia comarcal. Se debe mencionar que gracias a sus ‘búsquedas’ se
llegaron a determinar zonas de interés antes jamás descubiertas o ya perdidas
en la memoria. Es lamentable que no se haya dado continuidad a sus propuestas
de conservación y puesta en valor en su siempre reclamado, pero nunca
construido, museo en Mojácar.
Su vida, principalmente el trasfondo personal,
y actividades públicas como político, desvela no pocos sentimientos e
inquietudes privadas. Rodeado del arrimo de maestros insignes, sería precozmente
maduro en la investigación arqueológica en su papel de pionero, crítico y
temido. Es justo y necesario, y lógico, que su talento se manifestara en sus
méritos de dedicación hacia el patrimonio de su tierra.
Pero Carlos fue antes que nada y por encima de
todo amigo en la acepción estrictamente del término, a quien admiraba y
respetaba en extremo: un estudioso cuyo centro de atención y cuyo objetivo
principal consistía en reconstruir el pasado, trabajando en equipo y creando
una asociación en defensa del patrimonio (ANCLA,
Asociación Naturalista y Cultural del Levante Almeriense), donde estuvimos
todos a una, apoyándole en sus objetivos. Entre nosotros era leído en libros y
artículos sobre arqueología, y asiduo paseante del campo levantino en busca del
pasado más remoto, y en todas partes recibido como ‘experto conocedor’, como
erudito para entrar con más eficacia en los aspectos críticos y formales sobre
la conservación del Patrimonio y su puesta en valor. Y el aprecio por esta
vocación lo impulsaba a ‘robarle tiempo’ a su tiempo libre y familiar.
Conversador de atentos silencios escuchantes y
de sagaces e irónicas intervenciones, era de una timidez cortés, no exenta de
valientes arranques, y se consideraba, sin embargo, hondamente vinculado a la
historia de su pueblo.
A lo largo de muchos años, Carlos sufrió toda
clase de adversidades, producto de la ignorancia de los demás. Pero, a pesar de
todo ello, él nunca miró para atrás. Su entereza moral fue y es un ejemplo a
seguir, y su filosofía de vida nos recuerda aquellos valores que no deben
perderse. Por su dedicación y entrega desinteresada a una noble causa.
La obra en vida de Carlos también nos señala
el camino para una adecuada política educativa que asimile el patrimonio
cultural, el respeto por los legados que recibimos del pasado, conservarlos, y
nos insta a superar las dificultades, creer y querer en lo que uno hace y no
renunciar nunca a nuestros sueños. El privilegio para con mí fue el haber
podido intercambiar con él las vivencias y preocupaciones de nuestros estudios
y trabajos. Vivimos muchas penas y alegrías, y disfrutar de sueños compartidos.
Para él sus últimas horas se consumieron como
el ocaso que se va. Yéndose como el día suavemente, como el otoño que pasa y no
quiere pasar. Los días y las horas han pasado para mayor gloria de un hombre
extraordinario. Por más que la indiferencia y la ingratitud se hayan cebado
sobre esa existencia frágil pero fuerte como el roble, muchos nos inclinamos
ante él. Los días y las horas de andar y desandar la soledad investigadora han
pasado, pero Carlos permanecerá en nuestro recuerdo. Él no se ha ido, no se
irá, por eso esta crónica, por eso estas palabras escritas sobre el papel de la
memoria.
Allí estará, en su última morada, quieto sobre
su lecho. Es el descanso del guerrero silencioso. Hasta sus 57 años no paró de
pelear por la vida, y ahora sepultado cerca de sus yacimientos arqueológicos
queridos como la necrópolis megalítica de Loma Belmonte, la de Cuartillas, al lado
de su Mojácar la Vieja y el poblado prehistórico de Las Pilas.
Pierdo un gran amigo de exactamente medio
siglo. No me podrán quitar el dolorido sentir. Ríndole
homenaje al insigne investigador mojaquero. Por ello escribo estas páginas para
recordar su nombre, como amigo y ejemplar amante de la arqueología
de su tierra, que supo dedicar su vida al esfuerzo tedioso y muchas veces
desagradecido de la labor del trabajo de campo. Y sin olvidar que fue concejal
y alcalde de Mojácar.
Ha sido uno de los mejores estudiosos del
legado de los antiguos pobladores de este territorio. Su figura, su entusiasmo
y su abnegada dedicación al estudio arqueológico se plasman en el artículo que
le ofrecemos in memoriam.
Ahora, mientras contemplo a Carlos en su féretro,
me asalta una bruma de pensamientos... ¿quién más le apoyaba en esta labor
desinteresada? Me consta que algunos. ¿Quiénes de los que alguna vez dijeron
ser sus amigos, están con él ahora, en el momento del dolor, salvo sus más
allegados? me pregunto en silencio. ¿No hay respuesta? Su vida merece un
homenaje.
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