En la obra de Andrée Chedid, París se disuelve en el Cercano Oriente, el Sena en las aguas del Nilo, lo temporal en lo místico, lo otro en lo mismo, en lo fraternal, en lo arquetípico
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Andrée Chedid |
Enrique Atonal / Versovia.com / 25·01·2015
Para Chedid, el poema definitivo no existe. La poesía, como la vida, cambia de manera constante e imprevisible. Para decir la vida y la poesía, sus versos invocan la palabra desconocido, la palabra misterio, la palabra enigma.
Nació en El Cairo en 1920, se estableció en París en 1946 y fue siempre un puente entre dos ríos: el Sena y el Nilo. Andrée Chedid miró las atrocidades del mundo con lucidez y a veces con encono, pero sin perder la esperanza, para reír con la palabra o danzar con la luz. Es decir que la escritora fue un espejo de la cuenca del Mediterráneo, la cuna de la civilización occidental.
Sus 90 años, fueron muy bien vividos y plenos de aventuras y satisfacciones, con una apertura a todas las formas de literatura, en especial a la poesía. Don que heredó a su hijo Luis y sobre todo a su nieto Matthieu “M”, que es uno de los representantes de la nueva canción francesa. En 1999 Andrée escribe la letra de la canción con la que “M” debutará: “Je dis aime”.
Como otros escritores del siglo XX, la señora Chedid llegó al idioma francés a través de la escuela. Su lengua materna fue el árabe, así que escribir en francés fue una elección, como establecerse en París. Entre sus obras escribió una al alimón con su esposo el profesor Louis-Antoine Chedid: “Le coeur demeure” en 1999. Ese mismo año publicó una antología de su obra poética “Territoires du suflé”.
En 2003 escribió ella misma su elogio fúnebre:
Andrée Chedid (1920-2007)
Reposa en el cementerio de Montparnasse, sitio de ensueño, en donde el palpitar de la cité vibrará en su carne de regreso en la tierra. Al menos por algún tiempo.
Tras una larga estancia en la Poesía, decidió ir al cuento, a la novela, y hasta el teatro, pero sin dejar nunca el territorio poético, eterno regreso a las fuentes y a las preguntas fundamentales.
A pesar de su lúcida mirada sobre las atrocidades de este mundo, siempre dejó que la esperanza renaciera día a día.
Vivió mucho tiempo; pudo prolongar así la herencia de las mujeres de su familia, apasionadas de vida y libertad.
Su preocupación fue no rebasar ciertos límites de la vejez y no incurrir en el “delito de longevidad”.
Como le gustan las cifras impares le gustaría dejar este mundo a los 87 años, y dormirse en plena posesión de la fabulosa, aunque efímera, respiración de la vida.
Y Andrée Chedid encontró un parte satisfacción pues si bien dejó este mundo a los 90 años, en cambio fue en este 2011, año impar como ella lo deseaba.
El viaje liberado
No hay muros
Te lo he dicho no hay muros
Estemos donde estemos canto y permanezco
Estemos donde estemos el presente no tiene edad
Si me despierto con la aurora
Y estás en mi vida
Estemos donde estemos las fuentes se desatan
El ancla no es del viaje
Te lo digo
Te amo, pájaro hostil
No es de morir de lo que morimos
Sino de llevar el día en mil astillas
De ser la presa de uno sólo de nuestros rostros
De tener nuestras casas como el lugar
No es de morir de lo que morimos
Sino de la espuma que pierde memoria
De sus sienes de océano
De la hierba violentada en su guarida
De las llanuras que la hora endurece
Ahítas de selvas insondables
Por develar sólo una de sus ramas
Y del azar,
Atolón que se reduce
Vida atigrada sobre nuestras vidas
¿Con qué red apresarte?
Te amo, pájaro hostil
Nació en El Cairo en 1920, se estableció en París en 1946 y fue siempre un puente entre dos ríos: el Sena y el Nilo. Andrée Chedid miró las atrocidades del mundo con lucidez y a veces con encono, pero sin perder la esperanza, para reír con la palabra o danzar con la luz. Es decir que la escritora fue un espejo de la cuenca del Mediterráneo, la cuna de la civilización occidental.
Sus 90 años, fueron muy bien vividos y plenos de aventuras y satisfacciones, con una apertura a todas las formas de literatura, en especial a la poesía. Don que heredó a su hijo Luis y sobre todo a su nieto Matthieu “M”, que es uno de los representantes de la nueva canción francesa. En 1999 Andrée escribe la letra de la canción con la que “M” debutará: “Je dis aime”.
Como otros escritores del siglo XX, la señora Chedid llegó al idioma francés a través de la escuela. Su lengua materna fue el árabe, así que escribir en francés fue una elección, como establecerse en París. Entre sus obras escribió una al alimón con su esposo el profesor Louis-Antoine Chedid: “Le coeur demeure” en 1999. Ese mismo año publicó una antología de su obra poética “Territoires du suflé”.
En 2003 escribió ella misma su elogio fúnebre:
Andrée Chedid (1920-2007)
Reposa en el cementerio de Montparnasse, sitio de ensueño, en donde el palpitar de la cité vibrará en su carne de regreso en la tierra. Al menos por algún tiempo.
Tras una larga estancia en la Poesía, decidió ir al cuento, a la novela, y hasta el teatro, pero sin dejar nunca el territorio poético, eterno regreso a las fuentes y a las preguntas fundamentales.
A pesar de su lúcida mirada sobre las atrocidades de este mundo, siempre dejó que la esperanza renaciera día a día.
Vivió mucho tiempo; pudo prolongar así la herencia de las mujeres de su familia, apasionadas de vida y libertad.
Su preocupación fue no rebasar ciertos límites de la vejez y no incurrir en el “delito de longevidad”.
Como le gustan las cifras impares le gustaría dejar este mundo a los 87 años, y dormirse en plena posesión de la fabulosa, aunque efímera, respiración de la vida.
Y Andrée Chedid encontró un parte satisfacción pues si bien dejó este mundo a los 90 años, en cambio fue en este 2011, año impar como ella lo deseaba.
No hay muros
Te lo he dicho no hay muros
Estemos donde estemos canto y permanezco
Estemos donde estemos el presente no tiene edad
Si me despierto con la aurora
Y estás en mi vida
Estemos donde estemos las fuentes se desatan
El ancla no es del viaje
Te lo digo
Te amo, pájaro hostil
No es de morir de lo que morimos
Sino de llevar el día en mil astillas
De ser la presa de uno sólo de nuestros rostros
De tener nuestras casas como el lugar
No es de morir de lo que morimos
Sino de la espuma que pierde memoria
De sus sienes de océano
De la hierba violentada en su guarida
De las llanuras que la hora endurece
Ahítas de selvas insondables
Por develar sólo una de sus ramas
Y del azar,
Atolón que se reduce
Vida atigrada sobre nuestras vidas
¿Con qué red apresarte?
Te amo, pájaro hostil
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