Raquel Ilonbé, pseudónimo de Raquel del Pozo Epita, es una de las pocas plumas femeninas que ha cultivado la poesía en Guinea Ecuatorial
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Raquel Ilombé |
Versovia.com / 23·11·2014
Raquel Ilonbé, pseudónimo de Raquel del Pozo Epita, es una de las pocas
plumas femeninas que ha cultivado la poesía en Guinea Ecuatorial.
Nació en la Isla de Corisco, entonces Guinea Española, en 1938 y
falleció en Madrid en 1992. De madre guineana y padre español, se desplazó con
sus padres a España, a la provincia de Burgos, antes de cumplir el primer año
de vida. Estudia música y declamación en el Conservatorio de Madrid. Sólo
volverá a Guinea Ecuatorial después de muchos años, tras haberse casado.
Su obra no recoge el exilio, como es el caso de otros autores
guineoecuatorianos en la diáspora, y el tema no aparece en su obra, sino que se
centra en la búsqueda de sus orígenes, su identidad y la añoranza por su África
natal.
Otro rasgo que aparece en su obra, como proceso de adquisición de la
voz, es la visibilización de su cuerpo, como si “se apropiara de él un
ejercicio de romper el silencio y tomar la palabra, consciente de que el discurso es una de las formas de resistencia más importantes, frente a los
discursos de poder y de que la mirada autónoma de la mujer es la única que
puede descolonizar a la propia mujer”.
Su primera publicación fue la colección de poemas Ceiba (1978), escrita
entre 1966 y 1978, entre Madrid y Bata. Inéditos son los poemarios Nerea,
Ausencia, Amor y Olvido.
Por el poemario Ceiba (1978), la autora puede ser
considerada la primera pluma femenina de la literatura guineoecuatoriana. Uno de los temas fundamentales de Ceiba es el amor, total protagonista de la segunda de
las dos partes en que se divide el poemario. Pero el tratamiento de este tema
no es homogéneo, sino que varía coincidiendo con la evolución temporal, a partir de la experiencia
vital, lo que es fácilmente observable, ya que los poemas están ordenados cronológicamente, con
composiciones en esta segunda parte que datan desde 1970 a 1977.
En primer lugar, encontramos un discurso sentimental de corte
romántico, donde lo permisible y lo reprobable, lo bueno y lo malo, lo que es pecado o
virtud, está seriamente regido por los valores de la sociedad tradicional africana y por las
categorías del catolicismo, introducidas durante la colonización en Guinea y predominantes todavía
en la España posfranquista en que vive Ilonbé. Así, leemos en el poema “Quién soy”:
“de materia endeble fui formada, / costilla de hombre hecha de barro”; o
en el titulado “Amigo mío”, dice de sí mismo el sujeto lírico: “He sido amiga que no habla”. Este primer concepto de amor es, sobre todo, ideal, un espacio
para la ilusión, la imaginación desbordante, la entrega a un destino que rige
las vidas y que busca el perfecto equilibrio del encuentro, como vemos en el
poema “Amor”: “Los ojos sonrieron juntos/ la noche unió sus almas”.
Pero en un segundo momento, la expresión del amor no exige ya la
recomposición y la fidelidad a unos modelos previos, sino la consideración de su propia
experiencia, con sus laceraciones, contemplando un malestar primeramente social que se
transforma en sufrimiento existencial. Esta nueva actitud se trasluce en
composiciones como “No pude seguirte”, donde confiesa: “No pude seguirte,
sentía cansancio”; o “Cobarde”:
No quiero que me recuerden
que fuiste mi compañía,
del hedor que echa tu frente
se infectaron las campiñas. […]
Cementerio de cuervos es tu cuerpo
que comieron cobardía
entre extraña sinfonía,
de morteros, cencerros
y coros de ratas muertas.
Esto lleva a la autora casi a gritar negando esa idea falsa del amor y,
sobre todo, a liberarse:
En estos momentos
derribé los muros
que tenía dentro.
Salieron las ratas
vestidas de fiesta.
Raquel Ilombé tuvo la oportunidad de hacer viajes personales a Guinea Ecuatorial durante la dictadura de Francisco
Macías Nguema sin ser inquietada. Y es cierto que en sus páginas aparece mucho España, la
realidad donde creció, en concreto Burgos y Madrid, y así encontramos en sus versos:
juncos, cipreses erguidos, escarpados picos, nieves perpetuas, dulces pastos,
amapolas, espigas, lagunas, lagos, sauces y tilos; pero es curioso que cuando
se pregunta por su identidad, por ejemplo en el poema titulado “Quién soy”, que aparece en Ceiba, se describe tomando diversos elementos de la naturaleza guineana, que en otro poema llama
“La tierra mía”: “cimbreo de palmeras altas, mar en calma, olas, arenas doradas, bosques
tupidos, árboles gigantes…”, o que escogiera un apellido
guineoecuatoriano para crear su seudónimo, ya que, como ella misma cuenta en una entrevista en Diálogos
con Guinea: “…yo a Guinea no había ido hasta que me casé. Pero, para mí, lo más
fuerte no fue ver sino el encuentro con mi madre. Eso fue para mí una cosa
fundamental. Y lo demás, pues, se me borró del mapa. Era demasiado fuerte porque en aquellas ocasiones, ya sabes, cuando te daban una educación española,
pues, decían que tu madre se había muerto… que tal para cual…, bueno, para
que tú no pensaras en ella. Yo nunca me lo creí cuando me lo dijeron y no sé
por qué, o sea, son de estas cosas intuitivas”. (Ngom, Diálogos 56) Y desde ese primer reencuentro con sus raíces africanas, se ve empujada
a volver, siempre, hasta el final de sus días. La vida y obra de Raquel Ilonbé encarna
otra situación incluso más marginal dentro de la compleja definición de la identidad
guineoecuatoriana: la de ser mestiza, por lo que los prejuicios y cierta incomprensión frente a su creación
nos parecen injustos. Su yo está violentamente escindido, ni más ni menos que el de los
exiliados, como se refleja en su poema “Tengo que decírtelo”:
… de blanco me visto de día
de negro me visto de noche. […]
Soy un hombre perdido
acento no tengo,
amargo se vuelve mi vino
porque no digiero.
Del mismo modo, aunque el gran tema de su poemario Ceiba sea el amor,
se hace eco también
de los problemas que sufre Guinea, porque no le son ajenos, tal como
vemos, por ejemplo, en
su poema “Adiós, Guinea, adiós”:
Siento esa tierra,
la he pisado descalza,
la he tenido en mis manos
dejándome su marca.
He luchado, he vencido,
he creído, he perdido,
he llorado por nada,
me ha empapado la lluvia
mi piel y mis sandalias.
Por lo tanto, creemos que sí comparte con su generación el intento de
crear el país usurpado por medio de la escritura: habitarlo de palabras. Así, no es caprichoso
ni casual tampoco el nombre que da a su poemario: Ceiba, el del árbol nacional de Guinea
Ecuatorial, está presente en su bandera y se considera un árbol sagrado de los dioses.
En 1981 publica Leyendas guineanas, una recopilación de ocho leyendas y
cuentos tradicionales fang, bubi y ndowe. Para conseguir el material del libro,
la autora recorrió los pueblos de la Guinea profunda en busca de ese caudal de
cultura oral en vías de desaparición. Estos relatos se enmarcan dentro de esa
intensa búsqueda de identidad y de raíces. Leyendas guineanas puede
considerarse como el primer texto escrito de literatura infantil guineana.
Donato Ndongo define a Raquel del Pozo Epita, Raquel Ilonbé, como “la
eterna niña mulata de madre corisqueña y padre español que siempre vivió en la
añoranza de los húmedos calores de su infancia, de los que fue arrancada para
ser trasplantada a la gélida sequedad de la meseta castellana. A su muerte, en
1992, nos dejó, además de Leyendas guineanas (1981), única recopilación de cuentos
tradicionales adaptadas para el público infantil, un libro de poemas, Ceiba
(1978): un continuo susurro, que se pierde suave y espumoso como las olas en la
arena de las playas de Bata, y que se posa para siempre en nuestro oído como un
mensaje integrador no sólo en la síntesis negro/blanco, africano/español, sino
de las culturas de nuestro propio país” (Literatura Moderna Hispanófona en
Guinea Ecuatorial)
(Apunte biográfico basado en textos de Mar Fernández y Nayra Hernández)
Los ríos hablan
Los juncos tapen mi cuerpo,
mis pies, mi cara,
que nadie vigile
que escucho en silencio el agua
de los ríos que me hablan.
El sonido de las piedras,
al rozarse con el agua,
son besos de tarde y luna,
y besos de madrugada.
Un día me dijo alguien
que los ríos nunca hablan,
que sólo siguen su curso
y sin palabras escapan.
Qué triste pasé aquel día
al escuchar sus palabras,
me fui corriendo hacia el río
para que él me explicara
por qué yo le oigo tan claro
y otros no le oyen nada.
Ceiba
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