Hoy, cuando se cumplen cincuenta y dos años de la muerte de Norma Jean, Marilyn Monroe nos pertenece, forma parte de nuestra memoria sentimental, de nuestra cultura, todavía está con nosotros, en concreto y en abstracto
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Marilyn Monroe continúa asomándose, aún hoy, por las esquinas de nuestra memoria
Javier Irigaray / 05·08·2014
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"Olvida su hermoso cuerpo, mira solo su rostro.
No creo que nadie pueda expresar su alma mejor que el conjunto en movimiento de
sus ojos, nariz y boca..... Yo la amé mucho, me necesitaba y siempre que pude
me tuvo. Lo malo de ella fueron los políticos influyentes que le proporcionaban
esa corte de hijos de puta que siempre la seguían a todas partes”.
Marlon
Brando.
Marilyn Monroe, vestida de Sugar
Kane, recorría el andén con apenas un escueto equipaje y el maletín en que
portaba el ukelele. El garbo de sus pasos, tan sólo alterado por el escape de
una caldera de vapor que quiso acariciar sus tobillos, forzaba en los rostros
de Tony Curtis y Jack Lemmon las expresiones más conseguidas, por espontáneas,
de la historia de la interpretación cinematográfica, mas nuestra memoria repite
una y otra vez la silueta de la actriz y el pequeño trote exigido por el
aliento del tren. Así nos introdujo el dios Billy Wilder a Norma Jean en Con
faldas y a lo loco (traducción de Some like it hot obligada por la censura de
la época), una comedia que compartieron.
Billy Wilder ya había dirigido a
Marilyn en La tentación vive arriba. No han sido, probablemente, las piernas
más bonitas pero, con total seguridad, cuando cerramos los ojos y queremos
recordar las extremidades inferiores de una mujer, no podemos evitar que
nuestra memoria sea asaltada por aquellas descubiertas por un respiradero del
metro de Nueva York en la puerta de un drugstore bajo el vuelo de una falda
plisada blanca. Contaremos con los dedos de una mano a quienes recuerden, sin
asomarse a ninguna biblioteca, que a su lado había un tipo, enorme actor,
llamado Tom Ewell. Como mucho, los de la mano izquierda del gran Hound Dog
Taylor.
En cambio, la última imagen
tomada de Norma Jean no corresponde a una foto de Marilyn Monroe. En el
retrato, la actriz da la espalda, definitivamente, al mundo y el foco de
atención recae en el brazo de un agente de la policía cuyo dedo índice, al
final de la oscura manga de la americana, señala un frasco vacío, sobre la
mesilla, de Nembutal buscando, en un ejercicio propagandístico de manual, la
complicidad de la imagen con el mensaje que interesaba difundir.
El juez de primera instancia Theodore Curphey encargó la autopsia de
Marilyn Monroe al patólogo-ayudante Thomas Noguchi, que se
sorprendió por la asignación debido a su, entonces, escasa experiencia. Noguchi
encargó los preceptivos análisis de sangre, vísceras y fluidos corporales. El
examen del cadáver descubrió la existencia de algunos pequeños hematomas que no
revestían suficiente importancia como para poder hablar de violencia ni, mucho
menos, causa de muerte. No se halló rastro de inyecciones. No se encontraron
huellas del paso de Nembutal por su estómago, a pesar de que faltaban 40
pastillas de las 50 que contenía el frasco que había en la mesita y
contrariamente a lo que cabía esperar de los 8,0 mg de hidrato de cloral
hallados en la sangre y los 13,0 mg de pentobarbital (Nembutal) encontrados en el
hígado, en ambos casos dosis ciertamente mortales. La sorpresa del forense fue mayor cuando, para verificar la hipótesis de
la administración de los barbitúricos mediante un enema, que era la única
compatible con su hallazgo en sangre e hígado y ausencia de rastro alguno en
estómago, requirió al toxicólogo jefe,
Raymond J. Abernathy, semanas después, la repetición de algunos análisis y la
realización de los concernientes a algunas vísceras que no se habían hecho con
anterioridad a pesar de ser obligadas por el protocolo forense, éste le confesó
que se habían deshecho de ellas.
El médico forense se limitó a
certificar su muerte y expresó su convencimiento de que se trataba de un
suicidio, pero dejó constancia de que no existía rastro de Nembutal en el
estómago de Norma Jean.
Tampoco está claro por qué la
sra. Murray, ama de llaves de la actriz, unas veces declaró haber hallado el
cadáver pasada la medianoche y otras
precisaba las 03:00 am del 5 de agosto de 1962; ni por qué la policía no llegó
al dormitorio de la casa de Brentwood hasta las 04:25. Tampoco se sabe que fue
del diario de Marilyn, cuya existencia en la habitación señala el informe
policial y del que no se ha vuelto a saber más.
Nunca se conoció el contenido de las cintas aportadas por la compañía
telefónica con la grabación de las últimas llamadas realizadas por Marilyn. Ni
la agenda que llevó al entonces presidente John F. Kennedy a volar hasta Los
Ángeles horas antes del fatal desenlace. Demasiados cabos sueltos en una
investigación unidos a la voracidad de la prensa amarilla y la necesidad
imperiosa de dinero por parte de un arruinado Norman Mailer, no tardaron en tejer
la trama que urdió una teoría de la conspiración que, aún hoy, llena páginas en
todo el mundo.
Norma Jean Mortenson, bautizada
Norma Jean Baker, construyó a Marilyn Monroe, un personaje que la sobrepasó y
trascendió, y en plena lucha para ser tomada en serio por un entorno y una
industria que no veía, que no quería ver a la actriz, sino al juguete frívolo,
al mito erótico puesto a la venta, su muerte, la de Norma Jean, fue un último
sarcasmo, la broma postrera de su destino. Tres globos de oro pinchados por el
afilado vértice de su icono.
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